Recupero, tres años después, el blog para replicar un post publicitado por el Huffington y popularizado en las redes, como no podía ser de otra manera, dado su contenido tan agradable al sentido común educativo de derechas y de izquierdas.
El autor, Pablo Poo, profesor de Lengua, escribe una carta a uno de sus alumnos al que ha suspendido y yo he decidido, a petición de mis ex alumnos y alumnas de primaria, hoy en el insti, contestarle como si fuera uno de ellos.
Aquí mi respuesta
La
milonga del Instituto
Querido profe,
He leído tu carta con mucho cariño ... y mucha
pena. Te agradezco de veras tu interés por mí. Es una muestra evidente de que
eres un buen profesional, de que te preocupa tu trabajo. Lamento que andes tan desorientado.
Confieso que no me ha sorprendido tu carta. Tus
quejas sobre nuestra indolencia se escuchan mucho en las clases del Instituto y
mi madre dice que triunfan en el grupo de whatsapp de los padres y madres de
clase. Yo diría que son un lugar común del conservadurismo educativo. Y no, no
te estoy llamando facha: en esta etiqueta entran votantes de todos los partidos.
Es tan lugar común que te la han publicado y publicitado en el Huffington.
Empezaré negándote la mayor: nada ni nadie
garantiza el éxito laboral o profesional. Mira mi hermano mayor: 31 años y en
casa, trabajando de vez en cuando en empleos mal pagados. Tiene un Máster,
habla tres idiomas y, salvo alguna beca, no ha conseguido trabajar en algo
relacionado con lo que estudió. Sabe leer un contrato de trabajo pero
preferiría no saber: está resignado a firmar cualquier cosa con tal de poder
trabajar. Como dice mi tía, la sindicalista, "que te exploten, no depende
de tu cultura sino de la rapiña de los poderosos permitida y protegida por las
leyes del gobierno". Si el futuro es lo de mi hermano comprenderás que no
esté muy animado, aunque acepto tu consejo y aprenderé a rellenar en plazo los
formularios de becas y del desempleo.
Y, primera conclusión, ya que me espera una vida
dura, agradecería que me permitieses ser feliz con 12 años.
Y ahora hablemos de educación. Tus compañeros y
tú parecéis añorar un tiempo inexistente en el que los jóvenes se entregaban al
estudio con esfuerzo y dedicación. No te sorprenderá si te digo que, según mi
padre, ese lamento puebla la historia de la pedagogía. Mi padre, cuando oye esa
cantinela, utiliza una cita de finales del siglo XIX, cuando todavía sólo
estudiaban las élites. Decían en la Sorbona de París: "La ortografía de los estudiantes de Letras ha llegado a ser
tan deficiente que la Sorbona se ha visto obligada a solicitar la creación de
un nuevo seminario cuyo titular tendría como ocupación principal la de corregir
los ejercicios de lengua de los estudiantes de la Facultad de Letras"
(citado, mi padre dice que siempre hay que poner la referencia, en Albert
Duruy, La instrucción pública y la democracia, París, Hachette,1886). Qué poco han cambiado algunos discursos, ¿no te parece?
Y qué poco han cambiado las prácticas
educativas. No me cuesta nada ver a Fray Luis de León entrando en el aula y
soltando eso que os gusta tanto de «Decíamos ayer ...». Bueno, quizás, si tiene
un poco de inquietud, tuviese que aprender a usar un proyector y a moverse por
Internet. Quizás.
El problema es que de verdad,
honestamente, creéis que el aprendizaje está unido al aburrimiento y que si lo
pasamos bien no aprendemos. Que tenemos que aprender como lo hacían vuestros
padres y abuelos, sin golpes, eso sí, aunque vosotros no recordáis la mayor
parte de lo que estudiasteis en la EGB y en el BUP. Aprobabais y olvidabais.
Para vosotros la psicología, la pedagogía o la neurociencia son sólo modas
estúpidas que dificultan la transmisión de conocimientos, auténtico pilar del
método educativo. Transmitís. Veis al «pedabobo», como le llamáis, como un
intruso listillo que entorpece vuestro trabajo cambiándole el nombre a las
cosas para hacérselo más fácil a los alumnos y alumnas.
Y yo os pregunto: ¿Cuándo dejó de ser cierto eso
de que el niño o la niña aprenden jugando? ¿A qué edad dejamos de aprender
jugando? ¿Cuándo dejasteis de estimular nuestra curiosidad y la convertisteis
en asignatura? ¿Dónde enterrasteis a aquel niño, a aquella niña que no se
cansaba de preguntar «por qué»?
Pues claro que queremos aprender y lo queremos
aprender todo pero tengo doce años y me interesan las novelas, los viajes,
fantásticos o no, los deportes, la música, los ordenadores. Vamos, que tenemos
predilección por las «Marías» del insti. Pero ahí no acaba todo. A algunos les
gusta la mecánica, a otros el comic, los idiomas y hasta hay frikis que
les interesan las Ciencias. Venimos con gigas de información. Con doce años he
visto más películas y conocido más historias que mi abuelo en toda su vida. ¿Cuando
leísteis el Señor de los Anillos? Yo ya la he visto seis veces. He visto
paisajes, animales, terremotos, planetas que no soñaban mis abuelos. Soy como
el replicante de Blade Runner: "Yo he visto cosas que vosotros no
creeríais. Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto Rayos-C brillar
en la oscuridad cerca de la puerta de Tannhäuser".
Conozco muchas cosas pero ninguna
tiene cabida en el instituto. ¡Qué pena!
Estoy seguro de que, si fuerais
capaces de quitar de vuestras cabezas y de las del Ministerio el currículum y
los exámenes, encontraríais en nuestros intereses materiales suficientes para
explorar vuestra asignatura y hacernos apetecible ir a vuestras clases. Sólo
tenéis que tirar del hilo. Creo que, excepto Leonardo, vuestro siempre
socorrido ejemplo de hombre universal, así es como aprendieron los sabios en la
antigüedad. Dejándose llevar por la curiosidad más que por los programas.
¿De verdad pensáis que un niño de
doce años debe saber el teorema de Tales, qué son las rocas metamórficas,
cuáles son los determinantes indefinidos, los orígenes de Grecia, los tipos de
clavos que existen, hacer dibujo geométrico, los nombres contables e incontables
en inglés, mientras salta a la comba y medita sobre el misterio del espíritu
santo?
Seamos sinceros, ni vuestro Leonardo ni nuestros progenitores ni
siquiera vosotros, si os sacamos de vuestra asignatura, sabríais responder a una
evaluación externa de 2º de la ESO. Y no porque seáis vagos, necios o incultos
sino porque aprendisteis mal. Perdón, os enseñaron mal. Habéis olvidado aquello
que os importaba un bledo y aprendisteis con el único objetivo de aprobar un
examen. Y habéis hecho bien. Porque la neurociencia nos enseña que es falso que
el saber no ocupe lugar y, si no hubieseis abandonado tanto saber inútil,
estaríais atascados.
Uy, ya lo he dicho: saber inútil. Con la iglesia hemos topado. Me
explico: tomadas de una en una, cada asignatura tiene una lógica interna que es
irrefutable: los niños y niñas tienen que saber esto y esto y lo otro y,
además, deben aprenderlo en este orden lógico. Pero eso solo tiene sentido para
quienes van a dedicarse profesionalmente a ellas. No pasa nada si un alumno que
no va a dedicarse a la Filología no sabe distinguir una desinencia de un sufijo
pero tiene que saber comprender un texto escrito o icónico y expresarse y
razonar, oralmente y por escrito, con propiedad. Objetivos más difíciles de
medir en un examen.
Concluyo. Mi padre dice que me enrollo mucho. En mi opinión, los programas
escolares son aburridos y sin interés para nosotros; hay un protagonismo casi absoluto de los
libros de texto; las clases “magistrales” y las actividades educativas basadas
en las órdenes, el control y la repetición reinan en los centros escolares como
lo han hecho siempre. Ya va siendo hora de que lo cuestionemos.
¿Se puede seguir enseñando como hace cien años en un mundo, en el que, como
dice Will Richardson, la enseñanza y la información están por todas partes?
Mientras yo repaso tu asignatura, piensa en esto. Ya sé que cambiar las
cosas siempre cuesta: os faltan medios y sobran alumnos, necesitáis apoyos y
grupos de clase más reducidos, mejores sueldos y menos burocracia, más respeto
social e institucional. Sí, sé que es difícil saber por dónde empezar y qué
tendrá éxito. Pero ya sabes lo que no lo tiene: lo de siempre.
Por la transcripción: Juan Carlos Jiménez, profe de primaria.
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